Ayer,
21 de junio, se dio el primer solsticio del año, que señala tiempos de
vacaciones y veraneo, también se dio inicio a una versión más del Festival
Riano Sabanero de Caimito (Sucre), esa población autentica de la cuenca del río
San Jorge (por lo que Las Flores tiene con Caimito una conexión cultural e
histórica), que no tiene igual ni en el nombre, por lo menos en Colombia. Pero
hace poco encontré, en un blog que se dedica a publicar periódicos del ayer de
Cuba, una bonita descripción de un pueblo cubano llamado también Caimito. Como
me pareció tan interesante, mi siguiente trabajo fue el de trascribir el poema
en prosa, ya que esta publicado como una foto facsimilar. Entre otras cosas
observé que hay diferencias de gentilicio entre el nacido en el Caimito cubano
y el nacido en el Caimito colombiano, A aquel se le denomina Caimitano, y a este último se le dice Caimitero. Pero dejemos las demás conclusiones al lector:
Lindo
Caimito. Caimito del Guayabal. Te llamo
ciudad y apenas eres sino un rancho de negros. Pero eres algo más que una
ciudad, Caimito lindo, porque eres un poema. Collar de perlas negras sobre el
terciopelo rosa y blanca de tus bungalós, suave violeta al anochecer, cuando
todo queda, un instante suspenso, esperando que empiece la música de la noche;
alto momentáneo en el ritmo mecánico del son diurno, colapso de un segundo tras
del cual la invisible orquesta nocturna, la maravillosa orquesta, se
desencadena con la precisión acelerada de una máquina, encuentra su tono, se
acomoda en el desasosiego de sus sincopados, suelta sus chorros de semillas,
abre y cierra las alas densas de sus abanicos, eleva el temblor seco de sus
élitros y sobre el latido oculto de sus tamborcillos, deja que cante el alma
negra en la gotera de los palitos.
Él camino,
recién llovido, brilla como un río. De ambas márgenes brotan cucuyos de luz,
diminutos cohetes, en número infinito, fiesta incesante de la carretera. Los
arbustos se engalanan con millares de farolitos, y al pasar el "auto"
levanta un torbellino de astros menudos, mundillos de luz en el revolver de la
nebulosa.
El perfume
de la noche embriaga. La noche tiene un aroma frutal. Se respira glotonamente,
cortando rajas sabrosas de noche que se devoran con ansia. Noche negra, de una
oscuridad profunda, en la que apenas logran blanquear los espectros helénicos
de las palmeras, columnatas blancas en cuyas altas axilas los gajos son como un
vellón rubio, intimidad sorprendida por al chorro brutal de los faros.
Tras de la
masa robusta de los arboles mangos, Caimito aparece. Es tarde, y la población
duerme. Sólo en el casino se retrasan algunos paisanos, tirados en sillas
mimbre o en cuclillas ante el quicio, riendo con su risa rajada mientras los
ojos chispean de simpatía al vernos pasar.
A la luz de
los focos urbanos, el arbolillo tutelar de Caimito parece bordarlo de abalorios
sobre el terciopelo intenso de la noche. La lluvia ha llenado de cuentecillas
diáfanas las agudas lancitas del guayabal, y no ha dejado sitio apenas para los
cucuyos. Cuando se apaguen los focos, los cucuyos encenderán sus linternitas
junto al fanal de una gota.
Las fachadas
de las casas en la plaza, son lisas, apenas cortadas por alguna reja estrecha.
La línea del techo se recorta sobre el cielo negro, tajándolo con un diamante.
Cuando una palmera asoma entre las limpias manchas de un azul pálido, de un
tono desvaído de hortensia, de un malva geranio, de un amarillo violento como
la pulpa del mango o de un rojo de mamey, el esbelto perfil se curva con una
gracia infinita. Y todo entona y todo compone líneas y colores, sobre el ocre
profundo de la tierra, al encuentro con el telón de fondo de la noche. El
pueblo de Caimito es honrado. Y cordial. De su honestidad se han hecho fábulas.
En su afectuosidad sabe deslizar un zumo de ironía. Bajo el guayabal
patronímico hay una lápida de mármol donde se pregonan las virtudes de los
caimitanos. Demostración elocuente: ved allí aquel dólar de oro que ningún
caimitano osará trasladar a su bolsillo. El muchachito azabache os espía, y ríe
de vuestra admiración con el rabillo del ojo. El dólar está sólidamente
amarrado. Porque, ¿sab'uté?, pasan muchos forasteros.
Es
religioso. Como negro. Pero es también intelectual. Librepensador. Masón. Ni
las conquistas de la sociedad ni las del espíritu le han pasado inadvertidas.
Allí está el templo católico, con su linda fachada de estilo colonial,
medianero con la logia, de una arquitectura ateniense. En la Iglesia, un
letrero: "Para pedir los Santos Sacramentos, llamen al teléfono."
Y debajo: "Horas de oficina...,"
Inocente Caimito. Caimito del Guayabal, camino de Guanajay, viniendo de la
Habana. Autor:
Adolfo Salazar.
Tomado del
blog: Hojas de Prensa para la Historia de Cuba
Creado por: Helmer García Salgado