sábado, 22 de junio de 2013

CAIMITO, UN PUEBLO CON AROMA FRUTAL.

Ayer, 21 de junio, se dio el primer solsticio del año, que señala tiempos de vacaciones y veraneo, también se dio inicio a una versión más del Festival Riano Sabanero de Caimito (Sucre), esa población autentica de la cuenca del río San Jorge (por lo que Las Flores tiene con Caimito una conexión cultural e histórica), que no tiene igual ni en el nombre, por lo menos en Colombia. Pero hace poco encontré, en un blog que se dedica a publicar periódicos del ayer de Cuba, una bonita descripción de un pueblo cubano llamado también Caimito. Como me pareció tan interesante, mi siguiente trabajo fue el de trascribir el poema en prosa, ya que esta publicado como una foto facsimilar. Entre otras cosas observé que hay diferencias de gentilicio entre el nacido en el Caimito cubano y el nacido en el Caimito colombiano, A aquel se le denomina Caimitano, y a este último se le dice Caimitero. Pero dejemos las demás conclusiones al lector:  


Ciudades - Caimito
Lindo Caimito. Caimito del Guayabal.  Te llamo ciudad y apenas eres sino un rancho de negros. Pero eres algo más que una ciudad, Caimito lindo, porque eres un poema. Collar de perlas negras sobre el terciopelo rosa y blanca de tus bungalós, suave violeta al anochecer, cuando todo queda, un instante suspenso, esperando que empiece la música de la noche; alto momentáneo en el ritmo mecánico del son diurno, colapso de un segundo tras del cual la invisible orquesta nocturna, la maravillosa orquesta, se desencadena con la precisión acelerada de una máquina, encuentra su tono, se acomoda en el desasosiego de sus sincopados, suelta sus chorros de semillas, abre y cierra las alas densas de sus abanicos, eleva el temblor seco de sus élitros y sobre el latido oculto de sus tamborcillos, deja que cante el alma negra en la gotera de los palitos.
Él camino, recién llovido, brilla como un río. De ambas márgenes brotan cucuyos de luz, diminutos cohetes, en número infinito, fiesta incesante de la carretera. Los arbustos se engalanan con millares de farolitos, y al pasar el "auto" levanta un torbellino de astros menudos, mundillos de luz en el revolver de la nebulosa.
El perfume de la noche embriaga. La noche tiene un aroma frutal. Se respira glotonamente, cortando rajas sabrosas de noche que se devoran con ansia. Noche negra, de una oscuridad profunda, en la que apenas logran blanquear los espectros helénicos de las palmeras, columnatas blancas en cuyas altas axilas los gajos son como un vellón rubio, intimidad sorprendida por al chorro brutal de los faros.

Tras de la masa robusta de los arboles mangos, Caimito aparece. Es tarde, y la población duerme. Sólo en el casino se retrasan algunos paisanos, tirados en sillas mimbre o en cuclillas ante el quicio, riendo con su risa rajada mientras los ojos chispean de simpatía al vernos pasar.
A la luz de los focos urbanos, el arbolillo tutelar de Caimito parece bordarlo de abalorios sobre el terciopelo intenso de la noche. La lluvia ha llenado de cuentecillas diáfanas las agudas lancitas del guayabal, y no ha dejado sitio apenas para los cucuyos. Cuando se apaguen los focos, los cucuyos encenderán sus linternitas junto al fanal de una gota.

Las fachadas de las casas en la plaza, son lisas, apenas cortadas por alguna reja estrecha. La línea del techo se recorta sobre el cielo negro, tajándolo con un diamante. Cuando una palmera asoma entre las limpias manchas de un azul pálido, de un tono desvaído de hortensia, de un malva geranio, de un amarillo violento como la pulpa del mango o de un rojo de mamey, el esbelto perfil se curva con una gracia infinita. Y todo entona y todo compone líneas y colores, sobre el ocre profundo de la tierra, al encuentro con el telón de fondo de la noche. El pueblo de Caimito es honrado. Y cordial. De su honestidad se han hecho fábulas. En su afectuosidad sabe deslizar un zumo de ironía. Bajo el guayabal patronímico hay una lápida de mármol donde se pregonan las virtudes de los caimitanos. Demostración elocuente: ved allí aquel dólar de oro que ningún caimitano osará trasladar a su bolsillo. El muchachito azabache os espía, y ríe de vuestra admiración con el rabillo del ojo. El dólar está sólidamente amarrado. Porque, ¿sab'uté?, pasan muchos forasteros.
Es religioso. Como negro. Pero es también intelectual. Librepensador. Masón. Ni las conquistas de la sociedad ni las del espíritu le han pasado inadvertidas. Allí está el templo católico, con su linda fachada de estilo colonial, medianero con la logia, de una arquitectura ateniense. En la Iglesia, un letrero: "Para pedir los Santos Sacramentos, llamen al teléfono."
 Y debajo: "Horas de oficina...," Inocente Caimito. Caimito del Guayabal, camino de Guanajay, viniendo de la Habana. Autor: Adolfo Salazar.

Tomado del blog: Hojas de Prensa para la Historia de Cuba





Creado por: Helmer García Salgado